viernes, 25 de julio de 2014

Viaje a Chile

Y habrá un tiempo para amar y un tiempo para cubrir las distancias olvidadas
Alejandra Pizarnik

Me desperté desorientada, como si todo lo que había pasado la noche anterior fuese un inmenso misterio. Abrí los ojos en una oscuridad que le permitía a la desorientación  volverse un hecho. Entre la confusión momentánea pensé en Lourdes y en su mirada ilusionada y rotunda de ojos castaños que resplandecían. Segura de que las promesas estaban para cumplirse ella siempre sostenía que nos íbamos a ir a Chile durante el fin de semana, porque papá se lo había dicho, o que compraríamos helado para llevar y tres cucuruchos. Su memoria parecía bloquear las llegadas tardes de papá y el tiempo que lo esperábamos. Cada viernes que nos tocaba con él ella juraba que lo vería llegar a la hora acordada. Es por eso que armaba su mochilita verde, amarilla y roja muy rápido después de tomar su chocolatada con dos vainillas para no hacerlo esperar. Había pasado el día pensando en todo lo que tenía que preparar para la aventura de fin de semana, muchas cosas iban soloporsiacaso, pero es que no podía faltar nada. Era un fin de semana sin posibilidad de retorno a nuestra casa materna, por lo que había que mudar las pertenencias de primera necesidad, como el pijama y los diez marcadores de colores.
La mayoría de las veces papá llegaba casi a media noche, y a lo mejor, si le ganaba el cansancio, nos pasaba a buscar lo más temprano posible del sábado. Los cachetes de Lourdes se ponían rojos por el viento frío y seco cuando salía corriendo hasta el auto de papá, con su mochila de colores al hombro, que lo esperaba, como nosotras, desde la tarde anterior. Me recuerdo como espectadora de estas escenas monótonas que generaban desencuentros y penas. Si papá no llegaba mamá tendría que cocinarnos una vez más, suspender sus planes de viernes por la noche y culparse al menos cuatro veces por haber elegido tan mal en su juventud.... él ya no tenía remedio. La veía a mamá lavar los platos en su franco maternal, o papá tratando de lucirse con la solución rápida de la primera noche del fin de semana, fideos. La veía a Lourdes contarle a todo el mundo que Chile la estaba esperando, una vez más, lo veía a papá cancelando los planes porque había que trabajar. También lo veía dormir siesta sábado y domingo. El resto de la semana simplemente no lo veía.

De a poco fui ubicándome en el espacio. Mire la hora. Había perdido el día durmiendo. Hice un cálculo estimativo y deduje que Andrés ya debería haber aterrizado, aunque desconocía si su avión hacía escala. Las despedidas no nos gustaban por eso la postergamos lo máximo que pudimos. Fue inevitable decirnos algo, torpes y avergonzados por sentirnos expuestos. Dejé que me abrazara y se fuera sin agregarle mucho más a la situación.
Andrés tenía algo que me hacía sentir cómoda, nunca supe bien qué era, ni tuve mucho tiempo para descubrirlo, pero la idea de su presencia dando vueltas me hacía bien.
De formas compartíamos poco, nuestro lugar en la vida era muy distinto. De él se deslizaba la experiencia y en mi se despertaba la creatividad. Compartíamos los contrastes de nuestros usos y costumbres, derrumbando las jerarquías que el hombre padece desde siempre. Intentamos bailar salsa y merengue, pero los tiempos lentos y las pausas nos sentaban mucho mejor. Nos desvestíamos sin apuro, ayudándonos y complicándonos en nuestras tareas, pero a la hora de dormir nos preocupábamos de que el otro estuviera bien tapado y no pasara frio. De la hora de la cena disfrutábamos las charlas. Si salíamos siempre terminaban echándonos cuando la moza, con la escoba en la mano, nos avisaba que ya estaban por cerrar. Alguno de los dos miraba la hora para reclamar que todavía era temprano, pero el reloj nunca estaba de nuestro lado y el resto de la gente se había evaporado en algún momento de distracción. Quedar solos y fuera del espacio-tiempo era frecuente. Caminar despacio y estirar las cuadras era una estrategia que habíamos descubierto una de las primeras noches, cuando ya sin muchos motivos para no tener que volver a nuestras casas decidimos caminar un poco más. Yo voy para allá, yo no... Pero te acompaño así no vas sola. No sé en qué calle nos tomamos un taxi hasta mi casa, ni si primero fue la suya o la mía. Pero me acuerdo de Andrés y su lunar en el norte de su espalda.

Con el tiempo fui viendo que las llegadas tardes no eran incidentes por eventualidades de último momento, era una característica firme en su persona así que mientras Lourdes corría a armar su mochila yo no lo esperaba hasta el sábado. A la ausencia se sumaba el mal humor. Cualquier mínima cosa que la rozara le provocaba un ataque de enojo, mal dirigido, de mas esta aclarar.
Un día en el colegio empezaron a mandar notificaciones dobles, pero a casa siempre llegaba una. Lurdes se olvidaba la de papa abajo del banco, y después justificaba que no había ido porque no se enteró, mito infantil. Yo tenía la teoría que las noticias tenían mas posibilidades de ser leídas por alguien si las tiraba en una botella al mar que si se las daba a papá, así que, para no cargar la mochila de papeles las hacia un bollito y las tiraba al tacho. Después de años de práctica mi puntería no mejora.
En donde realmente papá se lucía con su sexto sentido era a la hora de cantar el feliz cumpleaños. Cuando venían a buscar al primer niño de la fiesta, y mamá ya estaba impaciente y agotada poniendo las velitas en la torta papá llegaba con una bolsa en la mano y los brazos abiertos para saludar al cumpleañero. Lourdes no soplaba las velas hasta no escucharlo decir, pedí tres deseos.
No sé exactamente cuántos tirones de orejas recibí ese año, yo me sentía grande y mucha gente me decía que estaba más alta. Hoy me parece lejana y corta aquella edad. Realmente no era trascendental el número. Era viernes y había algunas amigas en casa que habían venido desde el colegio conmigo. Era viernes pero yo no quería esperar hasta el sábado. Era viernes, yo era una nena sin edad ni medida del tiempo. Era, pero su sexto sentido fallo por primera vez, o algo así, porque no solo no llego para cortar la torta sino que tampoco alcanzo a llamarme por teléfono.

Cuando lo conocí sabía que él no estaría en mi país mucho tiempo, cuestiones laborales, papeles y temas de los que prefiero dejar al margen. Nada que me importara mucho, yo sólo quería salir, pasarla bien un rato. No podría durar mucho y las relaciones a distancia me parecían una fantasía. Quiero decir, me parecen.
Le pedí que no me escribiera cuando llegara, que esperara un poco. Se debe haber olvidado porque me escribió, y al día siguiente, a los dos días y en los días que siguieron también lo hizo.

Los años que le siguen a ese cumpleaños son una maraña de situaciones desorganizadas, manojo de recuerdos salpicados, sin un hilo conductor claro. Podría hablar de generalidades. Lourdes abandono su mochilita pero se mantuvo en la espera. Yo me peleaba con la ausencia y discutía con el aire. Todo lo que decía no llegaba nunca a destino. Una secuencia de comentarios y viajes mostraban un nuevo cambio. Un día le puso palabras. Una nueva relación y un cambio de dirección a varios kilómetros. Yo sabía que a papá las distancias siempre le habían resultado cómodas, siempre se despedía muy temprano, siempre dejaba asuntos pendientes, temas abiertos, cuestiones inconclusas, hijos a los que les faltaba crecer e historias por resolver.
Una lluvia de promesas regó esta época. Se acordaron días de visitas que no se respetaron. Se pusieron fechas inamovibles que se aplazaron. Nos dijimos cosas de las que no parecía haber retorno. Lourdes lo buscaba con la necesidad desesperada y las ganas acumuladas de los últimos dos encuentros que no habían podido ser. Ella todavía lo abrazaba y lo quería.

Un día estábamos caminando con Andrés por una de esas calles sin nombre, de las que me gustan a mí, y un borracho nos saco una foto mental. Nos prometió guardarla para siempre. Era un coleccionista de buenos momentos y, según decía, nosotros transmitíamos felicidad. Para tomar la segunda nos pidió permiso. Después de charlar un poco abrió sus brazos y se fue volando. Usamos a nuestro amigo callejero de excusa para volar también. Juntos era muy fácil, nos salteábamos las aduanas, migraciones y los pasaportes. No necesitábamos libretas de identidad para demostrar quienes éramos. Y estaba bien así.
Borramos fechas de nacimientos, nacionalidad, idioma, edad, altura, color de piel, largo del pelo. Intentamos. Al final nos gano la realidad, la distancia se abrió paso, la hora de las responsabilidades y los aviones de metal que hacen un ruido aplastante llegó. Debemos haber perdido la goma, porque no pudimos borrar esto último.

A papá siempre le pedí una cosa, que esté.

Escapaba de mí la idea de que alguien no supiera querer. Lourdes lo mostraba muy claro. Ella se abría camino entre el frío, entre los kilómetros, donde fuera necesario ella pasaba, hasta por debajo de la luz, para poder verlo a papá. Buscaba momentos para compartir en los que él no se rehusara a ser parte. Por ejemplo, miraba horas de televisión solo por estar al lado suyo mientras él dormía. Lourdes lo llamaba, le contaba sus cosas, le presentaba amigas. Compartía. Y papá tantas veces ausente a todo, con una capa de barniz que lo vuelve impermeable al contacto.
Me enojaba con Lourdes por insistente y conmigo por la esperar silenciosa. Lourdes se enojaba conmigo porque yo no sabía nada, esta vez si no íbamos a ir a Chile a pasar el fin de semana, papá se lo había prometido. Lourdes me decía, ya vas a ver, y guardaba su remera celeste con voladitos en la mochila.
Me desperté desorientada, como vacía de contenido y falta de historia. Pero vi los ojos de Lourdes que brillaban de ilusión. De lejos llego la voz de Andrés prometiendo volver lo antes posible y un abrazo. Recordé las esperas de los viernes y las penas. Llegaron las promesas otra vez, lo indeleble de las cosas que ya se vivieron, una, dos esperas.

Andrés mes escribió esa noche, a los dos días y los días que le siguieron. Pero yo había dejado de responder el día de mi cumpleaños a la gente que vive lejos y no llega temprano.

https://www.youtube.com/watch?v=CkpDDngb1Ew&list=RDCkpDDngb1Ew&hd=1

Nota sobre el texto y la narración en revista DMujeress por Mariana Taberniso. Para leerla click AQUI

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